martes, 7 de junio de 2016

Ryszard Kapuscinski "su otro lugar"

   El día designa la hora y el lugar, nuestra salud a cuestas, los interrogantes martillándonos como siempre. La primera foto del primer periódico que registramos con la crudeza desnudando el desvinculo, la anomía, el desamor.                              
   La señora actualidad demandante como siempre con sus sólidas argumentaciones nos marca la agenda, nos impregna nuestras intenciones, socava la mirada y agudiza como siempre y desde siempre el ingenio del periodista
   Comenzar el día escribiendo, eso lo pone feliz. No es rutina. Es cierto grado de metodología adquirido por el simple hecho de que brinda un marco distinto con el cual prefiere recibir al nuevo día. Un pequeño gesto cotidiano. Un rasgo de alguien que ve en el correr de las horas como el hombre se distancia cada vez más de sí mismo.      A esta hora, el sol se refleja sobre los libros del primer estante. En unos minutos marcará su presencia sobre el escritorio.
Buena madera, suele repetir, mientras desliza sus manos acariciando al compañero que desde hace tanto tiempo es su apoyo, archivo y fuente de tantos hechos.
Estos trabajos, continúa diciendo, eran todo un compromiso adquirido por la pericia del carpintero y la nobleza de la madera. Por momentos, el hombre en pleno proceso creativo mide las dimensiones, compara colores, registra cada hora transcurrida. En otros, encastra para luego concretar el ensamblado final. “Las manos al servicio de una idea tallada singularmente y hecha realidad y ocupando un lugar” (reflexiona).                                  Ryszard Kapuscinski es un hombre amable, lo dicen los que lo conocen. Y, por si cabe duda al respecto, sólo baste mirarlo en cualquier foto publicada sobre este escritor, cronista, caminante del mundo y de las noticias que, en su recorrido no cesa de constatar con su mirada cálida y profunda las grietas que  enmarcan al ser humano.
   Su estilo es inscribir en el papel miradas escondidas  que emergen en circunstancias extrañas las que se visibilizan, tomando tono y buscando su espacio. Sus gestos lo engrandecen. Su pasión por momentos lo desborda. Entusiasta relator comprometido con las causas del hombre. Poseedor de un instinto sensible que lo orienta hacia aquellos lugares donde es necesario sembrar la paz en todas sus posibles dimensiones.
   Portavoz de una dialéctica singular que se confunde y desvanece. Que retoma por momentos su intensidad anotando “La vida de las personas guardan la edad de su piel. Sensible percepción que nos deposita en instancias superiores desde donde  sucumbir al encanto de lo extrañó puede aceptarse de la única manera posible: ver en  la piel de la gente los estigmas que la vida ha dejado. Una palabra no pronunciada a tiempo guardará relación con todo un estado de postergaciones, dilaciones y sobresaltos. Un periodista devenido en cronista de la vida se encontrará al final de su jornada atravesado por estos estadios, será el cómplice que aquellos sin voz necesitan para poder decir sin voz pero con gestos. Señales que se irradian impregnando la realidad. Realidad que se reconfigura y nos actualiza a pesar de no querer, a pesar  que por momentos nos parezca insuficiente, a pesar de todo, debemos insistir con la voz firme, la palabra clara y precisa y la voluntad erguida”. 
Explorador de lugares infrecuentes donde la vida pareciera estar vedada para la mayoría de sus habitantes. Contextos de crueldad lo ven llegar a menudo. Situaciones ajenas al vínculo en las cuales no se alcanza a interpretar en toda su dimensión el real acometido de una caricia. Contextos que se asemejan a una trinchera y no a poblaciones desde donde poder sentir los impulsos de la vida sea posible. Allí, Él, está presente.
   Su cerebro, su gran motivador y ordenador. Su corazón el gran impulsor. Sus manos las autoras materiales de tantos amarres. Sus brazos portadores de abrazos inconmensurables. Genuinos poseedores de registros ocurridos en el lugar de la acción. Su voz, las palabras pensadas, escritas y publicadas.
   Hoy otros ojos lo observan. Los mismos que cuentan las cucharadas de azúcar cada mañana. Los mismos que le corrigen el cuello de la camisa o lo saludan cuando se aleja hacia su otro lugar.
   Un conjunto de sombras ocupan el escritorio. Vestigios de la primavera que  se anuncia. Será entonces, el tiempo de ventanas abiertas, de aire puro desempolvando  libros, visitando oraciones, conjugando paisajes, puntualizando el abecedario, revitalizando la madera, el genio y su figura.
El reloj lo informa que es hora de ir en busca de su otro lugar cuyo destino es uno de los más significativos para Ryszard. Lugar de sosiego y encuentro. Donde la idea deja paso a la emoción. Refugio escondido de las miserias del hombre. De las sospechas infundadas, donde hablar se torna redundante.
   Allí las voces de los transeúntes son las protagonistas. Este lugar que no esta reservado para ninguna fuente. Tan sólo lo separan algunos metros de su vivienda. La plaza es un lugar ajeno y propio. Él, lo siente así.



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