martes, 28 de febrero de 2017

Dos historias, una sola verdad

   El sol de enero colándose por entre las sombras de los 55 pasajeros, por momentos, se fundía en las oscuras y sinuosas aguas de VeneciaHacia América era el destino del barco en cuya tripulación y con su alma y salud a cuestas se contaba a Teófilo, amigo de Peter de quién en poco tiempo, conocería su pueblo soñado, el que el mismo se había jurado fundar. 
   Largas  noches  compartidas con lecciones de medicina por cuenta de Teófilo. Largas y angustiosas noches debió padecer Peter por la muerte del médico que a pesar de su  corazón débil, logró convencerlo de hacer el viaje y cumplir su sueño. El mismo que ahora desaparecía en las estrelladas aguas del mar, anónimo, con todas las postales de su Suiza natal. 
   Nadie se enteró del hecho pudiendo Peter hacerlo. Misterios de la vida nos develan que hoy el amigo de Teófilo ya no se llama Peter. Al bajar en el puerto de Buenos Aires, a mediados de febrero, el oficial de la aduana le dio la bienvenida  a Teófilo médico de profesión, portando en sus manos el pasaporte que remitía a otras manos, humedecidas por el fondo del mar.         
   Con su identidad cambiada el antes Peter, hoy doctor Teófilo, camina  por la orilla intentando ahogar el robo que lo presenta como fulano de tal. Sin mayor mérito que haber callado la muerte del que fuera su compañero de camarote, su amigo de  confidencias y de anhelos. Hoy deambula por la vida, con un sueño a cuestas y con una pesada deuda pendiente.       
   Asoma la nueva mañana y lo encuentra a Teófilo, ansioso por comenzar el camino que lo acerque a su sueño. La orilla es el límite, atrás un triste recuerdo que prefiere olvidar.   
   “El hombre piensa  que será de su vida, sin detenerse a observar que parte de la respuesta la encontrará en su accionar. Un poco el compromiso, otro tanto algún temporal, las huellas que nos preceden suelen tener mayor profundidad“. 
   Por momentos se refugia en la poesía. Por momentos Peter, avanza en la construcción de la que será su lugar en el mundo. Pequeñas y coloridas ventanas que llevan los colores del lugar. El patio da espaldas al poniente. 
   Frondosas enredaderas realzan de protagonismo los rincones. Los cerros, decorando los atardeceres, repiten el eco de este viejo pasajero de la vida que no puede silenciar las letras que forman el nombre  verdadero, el que lo representa en su esencia y al que oculta ante la realidad. 
   Ya no está solo, vecinos que desconocen su verdadera identidad  saludan al  doctor. Hablan con el luego de cada consulta y más allá de la plaza central, frente al consultorio, continúan saludando al fundador de Teófilo, un pueblito serrano impregnado de aromas silvestres y de una historia oculta.  
   Cuando llueve, el agua baja en torrentes formando aguadas, surcos profundos que abastecen las acequias del lugar. En ellas, desde hace un tiempo, el historiador refresca sus pasos tras su andar.  
   El agua fresca y cristalina como el correr del tiempo,  en su trayecto, hace sonar voces que cuentan de un médico que  no lo era y de un  pueblo con nombre propio que remitía a otro fundador. Pero de eso ya hace tanto, 100 años según las notas del historiador. 



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