lunes, 6 de febrero de 2017

Recuperar la sonrisa

Cuando transitamos por los caminos de la vida vamos descubriendo poco a poco y paso a paso aquellas cosas que nos faltan y que de aprenderlas nos complementan.
  
Sonreír en la mayoría de los momentos que esto ocurre, representa sin temor a equivocarme, un acto simbólico y todo un gesto de presencia.
Decir y decirnos aquí estoy. Ésta es mi vida. Desde allí provengo. Es todo un gesto de alivio, de entrega y de proyección.
  
Mi historia, la cuentan las voces ausentes de aquellos que protagonizaron mis momentos y que hoy continúan aquí, a mi lado, con la absoluta responsabilidad de mi parte de preservarlos en mis sentimientos. Con la indeleble participación de ellos, de ser mis guías y con el compromiso de que las distancias no desvanecerán nuestra amistad. Tan sólo porque forman parte de lo que hemos logrado ser hasta esta instancia de nuestras vidas. Desde diferentes lugares nos comunicamos. Con los gestos de otrora. Con los nuevos gestos por estrenar. Con éstos y con aquellos. Con todos nos decimos y nos contamos que la vida que supimos compartir fue buena y pura. Dejándonos un saldo de enorme riqueza contenidas y resguardadas en imágenes, sonrisas, abrazos y palabras.
  
Sonreír contando que todo o nada está por llegar. Intentar darnos cuenta, es el reto. Ampliar el espectro de nuestra visión nos ayudará  a permanecer expectantes. Intentar percibir en  cada movimiento el mensaje o la señal será la enseñanza a guardar.
  
Sonreír contando que alguna vez no lo hacíamos. Que era un aspecto personal no desarrollado. Desconocido. Que cuando decidimos caminar. Cuando marcamos el rumbo a seguir. Cuando me propongo comenzar a ser esa persona que me espera, allí comienzo a sonreír.
  
Allí, asumo el presente y contemplo en el manto del pasado mi trama de vida. Allí puedo ver la textura de la que estoy hecho. Allí afloran mis imperfecciones. Allí, mis asignaturas pendientes aguardan con la paciencia necesaria y la mirada atenta para saber cuando será el debido momento de ser aprobadas o no. Allí destellan mis momentos de felicidad. Las decisiones surcan con singular espesor el manto que no se reciente y permanece con la quietud propia de esa instancia que nos trasciende y contempla. Que nos cobija siempre y que siempre espera.
  
Recuperar la sonrisa sin darnos cuenta de ello. Notar que ha aparecido algo nuevo que nos hace sentir de otra manera. Aún no sabemos bien cómo es “ese” sentir, pero damos fe de que está. Ocupa un lugar pendiente. Se ha instalado con la solvencia de que ya era tiempo que ocurriese. Abarca el espacio necesario y justo para contar el motivo de su ausencia. Contemplando el entorno, celebra pausas. Algunas pronunciadas. Otras, efímeras. Y otras, irremediablemente eternas.
  
Recuperar la sonrisa es un acto de justicia. Es un gesto de madurez que nos otorga la vida. Es un momento que al abrigo de algún pasado y con un camino a cuestas nos para y nos pregunta. Nos pregunta sin esperar respuesta. Nos para, nos pregunta, nos mira y nos abraza con la pasión del tiempo acumulado.
  
Recuperar la sonrisa es un testimonio de que nuestro paso por la vida ha dejado huellas. En ellas se sustenta la mirada que fijamos cual meta a llegar. Un rostro que sonríe es un gran enemigo que no necesita ser descubierto. Se lo intuye. Percibe. El más mínimo olfato lo captura. Es una gran pantalla imposible de ocultar.
La luz que emana un rostro sonriente es un fenómeno pocas veces admirado. Sabemos de sus reflejos. Talvez hasta sepamos de su intensidad. Pero no lo admiramos y ahí, es donde perdemos la oportunidad que nos entrega la fugaz instancia de su encanto. Era ahí. Fue ahí. Y no nos dimos cuenta.
  
Recuperar la sonrisa a sabiendas que es algo que desconocíamos. Era algo que otros poseían. Pero yo no. Hoy es distinto. Hoy soy un rostro que sonríe. Hoy soy un rostro que sonríe y que es consciente que sus músculos adormecidos por la inacción del no saber, ya forman parte de un tiempo que se ha marchado a recorrer otros tiempos.
  
Hoy mi rostro dice presente. Hoy nuestros rostros deberían decirlo. Por mandato irrenunciable de nuestros ancestros. Por ley natural que sobrepone todo al calor del bienestar de la sonrisa. Al soporte firme del afecto y del vínculo. Al entramado posible que sólo manos unidas por el afecto y la sagrada entrega pueden armar.
  
Hoy juramos sostener en nuestros rostros cada sonrisa que de ellos emanen.
  

Hoy las miradas que contemplan esas sonrisas serán los argumentos suficientes para dar cuenta que cuando recuperamos la sonrisa se desvanece la ironía. Cambia de domicilio el desencuentro. Se  alistan las caricias. En enorme péndulo se agitan los brazos. Se escuchan voces que ahora también sonríen. Se escucha cantar a la vida misma y eso, es todo un privilegio. 



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