Silencio de una agonía que se prolonga y en su
recorrido silencias aún más.
Silencio como presagio de un buen momento.
Silencio que enmudeces ante el canto que por momentos
se permiten los que callan para poder escuchar.
Silencio profundo. Distante como el volumen de las
nubes. Cristalino como las oportunidades que nos aguardan cada día. Expectante
e ilustrado por los vientos de las acciones que purifican el aire y envuelven el
ambiente con aire renovado y fresco.
Silencio compañero. Susceptible e inquieto. Atento y
memorioso como la huella de aquel hombre que se entregó por nosotros dejándonos
su huella indeleble y siempre presente.
Silencio que vistes mis mañanas de manera brillante y auspiciosa.
Me regalas mañanas y te invito a contemplar atardeceres.
Silencio del alma mía que recuerda su voz cuando me
nombraba. El encanto de su talento me
seducía. Su cuerpo me inspiraba y nuestras
manos juntas en un único momento se reconocían y permanecían así por un
tiempo.
Silencio que nos permites pensar desde esta dimensión
el amplio espacio por donde transitar. Espacio signado por el propósito de
querer ver. “Es tan hermosa la vida que en su honor
merecería un mayor compromiso de vuestra parte para así, venerarla”,
pareciera decir.
Silencio de la vida. Eterno caminante sin rumbo y
conocedor de todos los caminos. Sientes cuando sentimos. Más, en tu morada, al
final de cada día recibes a tantos y a otros tantos acompañas que tu
agotamiento se traduce en un silencio mayor
sin renunciamientos y sin gestos extraños.
Silencio vigía de pasiones acumuladas. Claro ejemplo de
prudencia, sabiduría y calma.
Silencio que te presentas sin anunciarte al igual que
las vitales cosas de la vida. El agua llega y nos calma. El viento se siente y
nos rodea. El aire se percibe y su presencia nos desacelera. La luz nos dice
que podemos vernos y es ahí, donde encontramos uno de nuestros mayores
desafíos.