Discurriendo
el camino de las palabras notamos que ellas, las palabras, abrigan las
emociones que nos circundan y se apropian sin pudor y con mucho esmero de
nuestro pesar, de nuestro mirar y de nuestro sentir. Devenidas en nutrientes
del alma y de la esperanza, nos proponen, alma y esperanza hermanadas, creer en
lo que no vemos pero sentimos. Intersticios celestiales pletóricos de energía que
se nos presentan de formas inusitadas y nos hablan dando forma a nuestros
nombres; nos alientan con el vigor y la fuerza de la madre tierra encarnada en
lo más profundo de sus intenciones; y nos orientan, hacia el camino común de
nuestra esencia y de la concordia. Resquicios silenciosos y profundos que
deambulan por nuestro lenguaje, que se asombran y nos advierten de los yerros
cometidos pero también nos inducen a continuar cometiéndolos.