sábado, 28 de julio de 2018

“PASARELAS DE LA NOCHE” metáfora de nuestras calles

Una pasarela es un lugar impropio. Un espacio por el cual transito circunstancialmente con un fin determinado. Lejos está su esencia de ser un lugar de pertenencia. Sostener que las calles de ayer las hemos transformado por acción u omisión en singulares pasarelas hoy, es un dato contundente de suma actualidad. Es querer reflejar la triste realidad que notamos a diario. Es observar que el paso del tiempo cambia de lugar las estaciones además de tallar en la piel de las personas su paso. Es necesitar destacar que el vacío de las calles, se ha hermanado con el vacío interno de los jóvenes. 
Las calles, devenidas en pasarelas, se han convertido en un otro lugar. En una oportunidad en la cual andar, es una penosa visión de nuevas prácticas culturales desprovistas de vida. En ellas, los jóvenes, protagonizan escenas que los retratan, como  tristes espejos de una sociedad que si los considera, no confiesa abiertamente el “cómo” lo hace.
Pasarelas que a cualquier hora del día se estrujan y resienten cuando sobre ellas los “sin rumbo” gritan hacia ningún lugar. Buscan en ellos mismos y nada encuentran. Se evaden y en su actitud,  se despojan de todo intento de encontrarse. Se silencian en la más absoluta soledad por más que muchos los miren. En un universo de ficción, asumen roles cuyos réditos los distancian muy a pesar de su ingenuidad y de los lobos que aúllan en sus entornos.
Jóvenes pasarelas trastocadas socialmente y ocultas por una trama cultural que no resiste la más leve brisa de cuestionamientos. Siluetas, que en la oscuridad de sus vidas,  se confunden tornándose “el todos” en uno. Un uno,  que los silencia y los posterga. Un uno,  que no los considera y con el cual,  pierden toda posibilidad de ser.
Minúsculas partículas que en la confluencia de sensaciones cotidianas se entremezclan sus pasos en un sucesivo intercambio de angustias contenidas y sinsabores acumulados que, en el trayecto de cada jornada, vuelcan todo su peso, sobre endebles y corroídas espaldas saturadas a más no poder y vulneradas,  de todas las maneras posibles,  marcando una huella,  casi indeleble. “Casi”, como sinónimo de esperanza y no,  como una expresión de deseo. Esperanza,  porque ésta aflorará por medio de un ser superior al cual convocar de la manera más humilde y sencilla para que escuche claramente el pedido de ayuda que se le reclama.
Decirlo como expresión de deseo,  puede resultar redundante a un conjunto de situaciones que,  en el mayor de los esfuerzos,  no logran obtener el propósito, significando una nueva etapa no de fracaso, sí, de intento; pero se sigue estando en uno y el “uno”, se siente limitado por un pasado presente y por un presente que lo censura, lo maltrata y no lo observa.
Se siente calibrado de tal modo,  que su capacidad expira en cada impulso sentido y en cada idea imaginada. Expira compulsivamente  sin la menor resistencia de contención. Expira,  no como cada día cumpliendo con un orden natural preestablecido. Expira, con el silencio cómplice de aquellos que también expiran en soledad o en compañía. Expiran también, anónimamente, terrible situación que se repite y se proyecta desde estadios impensados y desde emociones postergadas.
Así, cada día, en nuestras calles, devenidas en pasarelas de la noche, expiran las vidas de nuestros jóvenes. Digo nuestros, en el sentido literal pensando en un contexto de presupuestos en el que en algún momento tal vez fueron parte de un proyecto de vida. 



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