Las calles devenidas en pasarelas se han convertido en un otro lugar. En una oportunidad en la cual andar, es una penosa visión de nuevas prácticas culturales desprovistas de
vida. En ellas, los jóvenes protagonizan escenas en las cuales son tristes
espejos de una sociedad que si los considera no confiesa abiertamente el “cómo”
lo hace.
Pasarelas que a cualquier hora del día se estrujan y resienten cuando
sobre ellas los “sin rumbo” gritan hacia ningún lugar. Buscan en ellos mismos y
nada encuentran. Se evaden y en su actitud se despojan de todo intento de
encontrarse. Se silencian en la más absoluta soledad por más que muchos los
miren. En un universo de ficción asumen roles cuyos réditos los distancian muy
a pesar de su ingenuidad y de los lobos que aullan en sus entornos.
Jóvenes pasarelas trastocadas socialmente y ocultas por una trama
cultural que no resiste la más leve brisa de cuestionamientos. Siluetas que en
la oscuridad de sus vidas se confunden tornándose “el todos” en uno. Un uno que
los silencia y los posterga. Un uno que no los considera y con el cual pierden
toda posibilidad de ser.
Minúsculas partículas que en la confluencia de sensaciones cotidianas se
entremezclan sus pasos en un sucesivo intercambio de angustias contenidas y
sinsabores acumulados que en el trayecto de cada jornada, vuelcan todo su peso,
sobre endebles y corroídas espaldas saturadas a más no poder y vulneradas de
todas las maneras posibles marcando una huella casi indeleble. “Casi”, como
sinónimo de esperanza y no como una expresión de deseo. Esperanza porque ésta
aflorará por medio de un ser superior al cual convocar de la manera más humilde
y sencilla para que escuche claramente
el pedido de ayuda que se le reclama.
Decirlo como expresión de deseo puede resultar redundante a un conjunto
de situaciones que en el mayor de los esfuerzos no logran obtener el propósito,
significando una nueva etapa no de
fracaso, sí, de intento, pero se sigue estando en uno y el “uno”, se siente
limitado por un pasado presente y por un presente que lo censura, lo maltrata y
no lo observa.
Se siente calibrado de tal modo que su capacidad expira en cada impulso
sentido y en cada idea imaginada. Expira compulsivamente sin la menor
resistencia de contención. Expira no como cada día cumpliendo con un orden
natural preestablecido. Expira con el silencio cómplice de aquellos que también
expiran en soledad o en compañía. Expiran también, anónimamente, terrible
situación que se repite y se proyecta desde estadios impensados y desde
emociones postergadas.
Así, cada día, en nuestras calles
devenidas en pasarelas de la noche, expiran las vidas de nuestros jóvenes. Digo
nuestros en el sentido literal pensando en un contexto de presupuestos en
el que en algún momento tal vez fueron
parte de un proyecto de vida.