domingo, 3 de abril de 2016

“PASARELAS DE LA NOCHE” metáfora de nuestras calles


 Una pasarela es un lugar impropio. Un espacio por el cual transito circunstancialmente con un fin determinado. Lejos está su esencia de ser un lugar de pertenencia. Sostener que las calles de ayer las hemos transformado por acción u omisión en singulares pasarelas hoy, es un dato contundente de suma actualidad.  Es querer reflejar la triste realidad que notamos a diario. Es observar que el paso del tiempo cambia de lugar las estaciones además de tallar en la piel de las personas su paso. Es necesitar destacar que el vacío de las calles se a hermanado con el vacío interno de los jóvenes.

Las calles devenidas en pasarelas se han convertido en un  otro lugar. En una oportunidad  en la cual andar, es una penosa visión de  nuevas prácticas culturales desprovistas de vida. En ellas, los jóvenes protagonizan escenas en las cuales son tristes espejos de una sociedad que si los considera no confiesa abiertamente el “cómo” lo hace.

Pasarelas que a cualquier hora del día se estrujan y resienten cuando sobre ellas los “sin rumbo” gritan hacia ningún lugar. Buscan en ellos mismos y nada encuentran. Se evaden y en su actitud se despojan de todo intento de encontrarse. Se silencian en la más absoluta soledad por más que muchos los miren. En un universo de ficción asumen roles cuyos réditos los distancian muy a pesar de su ingenuidad y de los lobos que aullan en sus entornos.

Jóvenes pasarelas trastocadas socialmente y ocultas por una trama cultural que no resiste la más leve brisa de cuestionamientos. Siluetas que en la oscuridad de sus vidas se confunden tornándose “el todos” en uno. Un uno que los silencia y los posterga. Un uno que no los considera y con el cual pierden toda posibilidad de ser.

Minúsculas partículas que en la confluencia de sensaciones cotidianas se entremezclan sus pasos en un sucesivo intercambio de angustias contenidas y sinsabores acumulados que en el trayecto de cada jornada, vuelcan todo su peso, sobre endebles y corroídas espaldas saturadas a más no poder y vulneradas de todas las maneras posibles marcando una huella casi indeleble. “Casi”, como sinónimo de esperanza y no como una expresión de deseo. Esperanza porque ésta aflorará por medio de un ser superior al cual convocar de la manera más humilde y sencilla para que  escuche claramente el pedido de ayuda que se le reclama.

Decirlo como expresión de deseo puede resultar redundante a un conjunto de situaciones que en el mayor de los esfuerzos no logran obtener el propósito, significando una nueva  etapa no de fracaso, sí, de intento, pero se sigue estando en uno y el “uno”, se siente limitado por un pasado presente y por un presente que lo censura, lo maltrata y no lo observa.

Se siente calibrado de tal modo que su capacidad expira en cada impulso sentido y en cada idea imaginada. Expira compulsivamente sin la menor resistencia de contención. Expira no como cada día cumpliendo con un orden natural preestablecido. Expira con el silencio cómplice de aquellos que también expiran en soledad o en compañía. Expiran también, anónimamente, terrible situación que se repite y se proyecta desde estadios impensados y desde emociones postergadas.

Así, cada día, en  nuestras calles devenidas en pasarelas de la noche, expiran las vidas de nuestros jóvenes. Digo nuestros en el sentido literal pensando en un contexto de presupuestos en el  que en algún momento tal vez fueron parte de un proyecto de vida.


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