Evocar esta fecha es traer al presente una
etapa de nuestras vidas de mucho padecimiento donde el valor de tantas personas
fue desmembrado de tal manera que la más terrible de las agonías se convertía
en una tenue posibilidad de resurgir para volver a ser parte de la vida. Bajo
el siniestro flagelo de la desolación, quienes fueron protagonista de esta
cruenta franja de la historia, para ellos, respirar, mantener la cabeza
erguida, poder mirar cada amanecer, sentir el dolor enorme del sometimiento y
aun así esperar, representaban el
vínculo más tangible con la realidad.
Esperar que el
viento se anunciase con mayor fuerza por entre los barrotes. Esperar que la
memoria los enfrentase con el pasado y allí, con la mesura propia de un momento
felizmente compartido, sonreír, sentirse, sentirte, sentirnos. Creer que la
espesa noche que los sumerge pronto será un triste y agónico recuerdo. Disipar
de entre las sombras el resquicio de luz desde el cual poder deducir que las
penas y las alegrías son forjadoras de nuevos sentimientos. Con el dolor de un
sueño postergado que se resiste a ser olvidado. Con la debilidad manifiesta en
la mirada, que sucumbe ante ocasionales sonidos e imágenes, derramando lágrimas
de bronca, de angustia, de fuerza entregada y de ideas defendidas, se confiesa.
Todo estuvo allí, bajo el cerrojo del totalitarismo. Sometido al arbitrio
espurio y desgarrador de aquellos que creyendo ser no eran nada. Que convencidos de hacer en pos del bien
nacional, mataron, destruyeron y mutilaron nuestro acervo patrimonial, el de
las convicciones sustentadas en ideas y proyectos que se extendían por las
mismas entrañas del país que era mutilado.
Las almas de entonces son las musas movilizadoras de ahora.
Ellas siguen con su cometido. Por ellas hoy estamos aquí reunidos. Juntos
corresponde continuar con sus proclamas. Y juntos las podremos concretar