viernes, 20 de mayo de 2016

Prof. Gloria Edelstein: La formación de un docente como profesional reflexivo

Conferencia de la Prof. Gloria Edelstein, dictada en el marco de las XII Jornada de Reflexión y Socialización del Trayecto de la Práctica “La Formación del Profesional Reflexivo”, Agosto de 2015. Separata de la Revista Conexión, N° 13, 



Este siglo nos sitúa en una nueva etapa en la historia humana, la era informacional o de la sociedad del conocimiento. Expresión que, más allá de los múltiples sentidos que se le asignan, expresa la conmoción generada en la percepción, la imaginación y el pensamiento contemporáneos, que están transformando radicalmente todos los campos de la actividad humana. El impacto es, básicamente, en la manera en cómo vemos el mundo y cómo nos vemos a nosotros mismos.
La reflexión sobre las principales problemáticas que enfrentan sujetos, grupos e instituciones en los más diversos contextos, se torna de una de complejidad creciente y es objeto de manipulación también creciente. Una posición que apueste a un registro diferente y, por ende, a transformar estas realidades requiere necesariamente una transformación de la cultura del trabajo y la producción intelectual. Se vuelve imperioso entonces el análisis riguroso, descarnado, sin neutralidad aséptica. La realidad nos desborda; encontrar salidas impone volver sobre el conocimiento con otros ánimos. Desocultar lo que parece inamovible, indiscutible, espesado por información desconcertante desde la mirada amplia y abierta, la escucha aguda, atenta, la lectura siempre perspicaz; construir instrumentos para abordar lo cotidiano en lo que tiene de sumergido, de no dicho, conscientes de que no tenemos la visibilidad completa del tiempo y del espacio en que nos toca vivir y actuar.
Dados estos signos epocales, se produce una ruptura entre referencias o enfoques disponibles y las realidades de las que somos parte y en las que nos cabe intervenir. Ello   hace notable en muchas ocasiones, la insuficiencia de modelos aprendidos. No obstante, paradojalmente, es justamente en esas bifurcaciones que recreamos matrices. La novedad, lo sorprendente, se torna útil porque permite reflexionar acerca de lo que damos por supuesto, acerca de lo obvio, lo naturalizado; surgen perspectivas emergentes que proponen capturar la multidimensionalidad, la pluralidad, la fragmentación, las diferencias en diseños complejos. Diseños con múltiples focos que conducen a un modo de pensamiento-acción que al desgajar las certezas gana en nuevos y más ricos interrogantes. El desafío conduce a explorar las condiciones de posibilidad de modo que estos interrogantes, al interpelarnos, se vuelvan instrumentos para la creatividad.
La posición crítica, activa, que proponemos implica sin lugar a dudas un saber sólido, actualizado. Asimismo, hacer valer un código ético en el ejercicio profesional y por tanto la participación responsable e informada en cada contexto, en cada situación, en cada caso, reconociendo potencialidades y limitaciones. Implica, concebir la profesionalidad contextualmente y, sobre esta base, asumirse esencialmente como productores de nuevas y situadas alternativas.

Acerca de los saberes y conocimientos necesarios
En esta dirección, se conmueven las visiones respecto de los saberes y conocimientos necesarios, y todo intento de codificación resulta insuficiente. Se requieren así: saberes teóricos, saberes de referencia (disciplinarios), saberes construidos desde las prácticas cotidianas contextualizadas, saberes desde las prácticas y acerca de las prácticas, saberes de experiencia, todos ellos, sometidos a discusión y crítica. Además, saberes de integración, saberes intermediarios, es decir, saberes herramientas para leer, analizar, y escribir acerca de las prácticas y enfrentar los imponderables del oficio. También saberes acerca de la alteridad a los que es necesario remitir en un oficio en el que el interlocutor humano exige estar receptivo a sus señales, a sus gestos, que supone una ética de las situaciones singulares desde la cual interrogar las relaciones con el otro/los otros, en cada caso, en cada situación. Saberes de la contemporaneidad (de ahí la importancia de una formación general con contenidos filosóficos, antropológicos, sociológicos, entre otros) posibilitadores de la comprensión de los problemas y debates más importantes de la cultura de nuestro tiempo que habiliten un compromiso con la realidad epocal.
Por cierto que, además y en simultáneo, las propuestas de profesionalización de la docencia en sentido genuino necesitan ser pensadas de cara a las nuevas realidades, en atención a contextos muy diversificados, entornos turbulentos y, en algunos casos, de grandes carencias y vulnerabilidad. Frente a esa realidad, se hace preciso fortalecer la comprensión del carácter eminentemente político y social de estas prácticas. Por ello se habla de reflexividad crítica contextualizada, no en términos genéricos, abstractos.
Acorde a lo señalado, formar-se para la enseñanza no puede limitarse al dominio de principios o de técnicas que se aplican, tampoco a un ejercicio aleatorio que se inventa en cada momento o a una estrategia para lograr ciertos resultados; exige ser configurada sobre saberes que necesariamente asocien contenidos de una formación general de corte humanístico, los específicos de disciplinas, áreas o campos de conocimientos a enseñar y aquéllos de orden pedagógico-didáctico orientados a la comprensión del acto de enseñar en sus múltiples dimensiones. Saberes que requieren ser organizados teóricamente y puestos en circulación para ser estudiados y debatidos por quienes se preparan para la docencia y por quienes, ya insertos en ella, buscan significados diversos a sus prácticas. Saberes a construir también por los propios docentes que, como intelectuales, debieran participar en su generación y desarrollo en el tiempo. Excluir a profesores de la producción de nuevos conocimientos acerca de la transmisión y relegarlos tan sólo a la producción de un discurso reproductivo, sería limitarlos a una función puramente instrumental, en contradicción con los discursos acerca de la profesionalización y sus principales argumentaciones.
Esta visión acerca de la profesionalización del trabajo docente, ha significado la integración a procesos de formación de lo que podrían caracterizarse como saberes intermedios en tanto aluden a herramientas conceptuales y metodológicas necesarias para asumir este desafío de intervenir en procesos de indagación y producción de conocimientos desde y acerca de las propias experiencias en la docencia y en la enseñanza.
En esta clave, postular la idea de un profesorado orientado a la indagación requiere, como una cuestión central, una formación que habilite para ampliar los registros del acontecer cotidiano en las aulas; estar atentos a señales, indicios, imperceptibles muchas veces; aquello del orden de lo implícito que demanda un esforzado trabajo de desentrañamiento para desvelar lo no visibilizado, lo que queda en planos de opacidad. A su vez,  en esta labor, reconocer que categorías heredadas delinean prefiguraciones en muchas ocasiones homogeneizantes que, en tanto anticipaciones, dificultan la posibilidad de advertir formas de manifestación de lo singular respecto de situaciones y sujetos. Problematizar lo que aparece en la superficie solo es posible desde una sensibilidad teórica y metodológica que nos permita reconocer lo que suscita en nosotros la experiencia en cada momento y lugar. Desabsolutizar nuestros propios parámetros para advertir el universo de significados que construyen los sujetos en cada caso. Complejizar la mirada al límite de nuestras propias visibilidades, hacer una lectura del acontecer para enunciar los problemas de modo nuevo. Posibilitar este cambio desde una ampliación de los registros de la cotidianeidad hará factible desnaturalizar lo naturalizado (expresión que por repetida queda en muchas ocasiones vaciada de su densidad conceptual, de su más profundo sentido) recuperar desde planos de mayor visibilidad los sentidos construidos por los protagonistas implicados.
Una suerte de práctica de investigación crítica, que permita traspasar los límites de nuestra perspectiva, de todas las perspectivas.  Que nos acerque a la realidad con sus diferencias aunque ello disloque nuestros propios puntos de vista. Para ello se hace necesario educar la mirada, aprender a estar atentos a signos, señales en la inmediatez; identificar códigos, reconocer la emergencia de pistas de indagación en el intento de lograr mayores niveles de comprensión.
Desplazar la propia mirada es un camino para miradas nuevas, es aumentar la distancia crítica. Implica una actitud que no juzga, no lleva ante un tribunal, el tribunal de la razón, no interpreta ceñido a una perspectiva determinada, no evalúa contrastando con una pre-visión (comentarios acerca de la observación-grillas). Se trata de una mirada más amplia y más clara, que exige la suspensión del juicio e implica una clase de espera generosa. De ese modo, advertir desde procesos de análisis respecto del trabajo en las aulas las más diversas formas de manifestación en la enseñanza y en relación a las diferentes dimensiones implicadas en la misma.
En suma, se requiere asignarle otro contenido al registro del acontecer en las aulas; ir más allá de prefiguraciones y modelizaciones; quebrar las profecías que se auto-cumplen; la sensación persecutoria de la falta, lo que “no salió bien”, lo que se “debería haber hecho de otro modo”. Todo aquello que concluye en muchos casos por parte de maestros y profesores en ausencia de deseo en relación a su trabajo.
Así como respecto de los registros, también es importante propiciar una manera de abordar la reconstrucción de experiencias y atender al desarrollo de disposiciones para ello. Dar lugar desde reconstrucciones a la memoria de experiencias requiere habilitar formas expresivas diferentes, un lenguaje de la experiencia que se muestra pleno de sensaciones y emociones. En clave con esta visión, los relatos y textos reconstruidos podrán ser luego objeto de reflexión y crítica a partir del intercambio con otros que harán posible la incursión en ciertos planos de objetivación. Romper la soledad y el aislamiento para poner en diálogo distintas miradas y lecturas se torna por ello justamente en una condición básica. De cualquier manera, la reconstrucción crítica a la que se convoque si se trata de abrir a diversidad de sentidos, tiene que plantearse en términos de “una vuelta libre sobre las clases” o situaciones objetos de análisis, según planteaba esta mañana. No por imposición desde un lugar de autoridad pues en esos casos se transforma más en confesión que en acciones orientadas a la constitución del sujeto. La experiencia nos ha mostrado que en la idea de recuperar sentidos a partir de los sujetos es necesario un esfuerzo especial en dar lugar a un clima de credibilidad y confianza que cree las condiciones para una recuperación genuina de las experiencias vividas. En muchas ocasiones, incluso a diferencia de lo que desde la teoría pensamos,  recordar ciertas anécdotas, algunos sucesos o eventos puntuales de distinto signo resulta liberador, despeja cierta fantasmática respecto de la mirada de otros y da curso a un discurrir despojado de la propia censura que no elude incidentes críticos, puntos de conflicto, de quiebre, sino que convoca a volver sobre ellos para resituarlos y resignificarlos. En estas instancias es de valor también volver sobre experiencias vivenciadas como positivas, en particular, a partir de que en muchos casos “lo que está bien” parece una obviedad por lo que no se recupera, socializa y reflexiona respecto de las decisiones y acciones que  las expresan, con una pérdida de su valor formativo tanto en la formación inicial como en la formación continua o mejor aún la formación en el trabajo en la actuación profesional futura.
Actualmente se insiste además, planteo que compartimos, en la importancia de la escritura como documentación de la experiencia docente con el propósito de avanzar en la comprensión de las prácticas. Entendemos que para ello, se requiere un trabajo que tiene que ver con la posibilidad primero de actualizar memorias de experiencia y, luego, de encontrar las vías para compartirla. No obstante, el compromiso de la escritura significa un salto cualitativo de cierta magnitud, fundamentalmente en términos de llevar a la esfera de lo público aquello que se siente recurrentemente del dominio privado. Circunstancias en las que, la labor de análisis se constituye en base de sustentación necesaria.
No se nos escapa que escribir acerca de las propias prácticas, documentarlas, no complica a ciertos docentes que tienen un vínculo placentero con esta actividad que, además, se sienten legitimados en sus conocimientos y saberes por lo que les importa socializarlos  pero esta situación no es generalizable en absoluto. De ahí el valor de un proceso que comienza dando lugar a guiones en borrador cuyo contenido se comparte y debate en espacios colectivos a los que no se les da de inicio publicidad. En esta dirección, dado que una barrera importante es  el propio juicio de los pares, una resolución favorable demanda que los grupos y colectivos se consoliden como comunidades de aprendizaje, como comunidades de prácticos, sobre la base del reconocimiento recíproco.
¿Por qué un docente como profesional reflexivo?
En este contexto más global, y dada la complejidad de las prácticas docentes y en particular de la enseñanza, se torna imperioso por parte de maestros y profesores, una labor permanente de análisis y reflexión crítica. Labor orientada primero a generar diversas alternativas para la enseñanza acordes a contextos y sujetos y, posteriormente,  a re-pensar, interpretar y re-crear las propuestas para las mismas, sobre la base de la valoración de su devenir y los resultados alcanzados. Labor que supone una actitud de indagación sistemática y consciente, orientada a encontrar significados a hechos y procesos documentados y no-documentados, planeados y a la vez rearmados en su desarrollo. Implica el encuentro con lo que los sujetos –protagonistas directos- dicen, hacen, dicen acerca de lo que hacen, piensan, argumentan, sienten. También con lo relativo a los contextos y ámbitos de desarrollo de estas prácticas, en procura de reconocer claves de interpretación de condiciones que operan regulando a distintas escalas y niveles el quehacer profesional en la cotidianeidad de las instituciones y las aulas. De esta manera desentrañar el particular entramado que en cada caso caracteriza las prácticas docentes y de la enseñanza como prácticas sociales.
Este posicionamiento, a la vez propósito, implica poner en juego un tipo de saber, una forma de ejercicio de la inteligencia, actualizar razones prácticas que reorganicen la acción; superar el dilema conocimiento teórico-conocimiento práctico. Dar lugar a los saberes de la experiencia, conocimientos profesionales que se construyen en el marco de los procesos de intervención; dar lugar a una relación diferente de los docentes con el conocimiento en las más diversas formas de expresión.
La elaboración de producciones como alternativas a problemáticas emergentes por parte de sujetos protagonistas (maestros y profesores), requiere una comprensión situacional, posible desde una posición de reflexividad crítica contextualizada que se integra a una espiral de ciclos de experimentación, sin un final preestablecido. Reflexividad que implica dar curso a una conversación con la situación que en tanto comprometida en procesos de mejora, actualiza sistemas apreciativos, de valores, en los que no hay cabida para la asepsia y la neutralidad.
Concebidas de esta manera las prácticas reflexivas marcan una clara distancia respecto de la racionalidad tecnocrática, de sus derivaciones tanto aplicacionistas como ejemplificadoras dando lugar como contrapartida a un particular convenio entre indagación y práctica. Así, sobre la base de instancias de experimentación y reflexividad, en el marco mismo de la acción -mediadas por el papel de la crítica- los escenarios se reconfiguran, perfilados a partir de la acción informada y comprometida por parte de sujetos con capacidad de agenciamiento.
Agenciamiento que deviene de la posibilidad de distancia, de salida del juego, de objetivación, factible desde nuevas formas de legitimación que se construyen en comunidades de prácticos que asumen el carácter político de sus prácticas y, por consiguiente, el valor de someterlas a escrutinio público. Que, en tanto colectivos organizados, construyen nuevos sentidos acerca de su labor profesional desde procesos que, sobre la base de una plataforma orientada a la democratización escolar, habilitan formas de deliberación asentadas en los principios de autonomía y compromiso.
Perspectiva que enfatiza la necesidad de pasaje de una visión funcionarizada, de legitimidad delegada que sostiene a los docentes en una posición subordinada a la tutela científico-estatal y científico-curricular respecto de los especialistas, para hacer hincapié en la idea de autonomía contextualizada, que tiene emergencia desde la construcción del asociativismo docente y acompaña procesos de autoformación participada.
Ello significa asumir un nuevo marco epistémico, una nueva cultura profesional, que recupere el protagonismo de los profesores en la construcción de conocimiento profesional docente.
La incidencia de la complejidad y problematicidad de las prácticas docentes y de la enseñanza, en particular por sus resonancias en aquéllos a quienes van dirigidas, quiebra representaciones lineales asociadas al esquema proceso-producto; medios-fines; procesos resultados y reclama en cambio reconocer diferentes facetas que se expresan en su realización. De tal manera que cada vez cobra mayor fuerza la idea de un profesorado orientado a la indagación, de profesores estudiosos de sus enseñanzas como parte de las postulaciones a una profesionalización genuina, a una profesionalidad ampliada que se diferencia y discute con los planteos de profesionalización en términos puramente retóricos que mantienen a maestros y profesores subordinados a quienes ocupan lugares de autoridad sin otorgarles la autonomía y libertad que, como prerrequisito, caracteriza a todo planteo de desarrollo profesional.
Esto por cierto deviene de concepciones de docencia que podríamos precisar en términos de distancias y proximidades. Distancia de concepciones que entienden que los docentes internalizan reglas y habilidades prácticas que los tornan competentes, que los instrumentan para hacerse cargo de rasgos prefigurados que, sobre todo, le adjudican la tarea de “reducción de escala del currículo”. Visión recetarista respecto de la enseñanza, aggiornamiento de la racionalidad tecnocrática para la cual de lo que se trata primero en la formación y luego en las prácticas concretas es de “dominar los trucos del oficio”.
Proximidad, en cambio, con representaciones que admiten en maestros y profesores capacidades para asumir actos intelectuales no rutinarios, orientados por ciertas racionalidades, en el marco de multifacéticas situaciones caracterizadas frecuentemente por signos de ambigüedad, inestabilidad, diversidad. Actos asumidos de manera autónoma y responsable, desde las propias acciones y decisiones y los efectos que las mismas provocan en los otros. Que recupera las dimensiones ética y política de la enseñanza y significa la docencia como práctica situada, como práctica social históricamente determinada.
Concepción que recupera la faceta intelectual de maestros y profesores en lo relativo a su trabajo en tanto enfatiza su necesaria capacidad para dar sentido a lo que hacen, para reconstruir la razón de ser de lo que hacen. Perspectiva que reclama un desarrollo profesional como combinación de conocimientos fundados en teorías y prácticas que se utilizan en situaciones particulares concretas con posibilidad de ajuste flexible y creativo, es decir que demandan una adaptación situacional. Sin pretensiones de completud, de omnicomprensión, tomando distancia de prefiguraciones ideales que dejan en el desamparo manifestaciones de lo singular.
Enfoque que reclama por parte de docentes lo que diversos autores designan como “lucidez”, que en mi traducción tiene el sentido de un estar atentos, alertas, disponer de una sensibilidad teórica y metodológica, una posición de reflexividad permanente frente a las propias prácticas; una mayor comprensión de sí, menos fugitiva. Ello significa la puesta en tensión de esquemas de acción, de “habitus”; trabajo de larga duración, incierto y frágil; inmenso trabajo personal que haga posible reconocer y tolerar las propias contradicciones. En suma, una manera de ejercer la crítica, no como justificación autocomplaciente sino como procesos de objetivación que necesariamente requieren de otros, del papel del colectivo, habilitador de procesos de “auto-socioanálisis”. Enfoque que, probablemente, allanará el camino para instaurar propuestas sostenidas desde nuevas maneras de pensar y hacer en las prácticas docentes.
Postulaciones que, en consecuencia, suponen asumir que no existen sistemas omnicomprensivos de pensamiento válidos para toda situación, en los que todas las preguntas tengan respuestas; que no se encuentran soluciones prefabricadas; repertorios a aplicar que garanticen el éxito, por lo que es fundamental robustecer la formación en teorías, enfoques y perspectivas que permitan comprender la complejidad de la realidad. A la vez, hacer énfasis en la adopción de una perspectiva situacional, a partir del reconocimiento de la problematicidad de las prácticas de enseñanza y, por tanto, de sus núcleos de indeterminación e impredictibilidad que no se resuelven con la mera acumulación de saber experto. De ahí la urgencia de fortalecer en las propuestas de formación, junto a los estudios relativos a los objetos de enseñanza, los sujetos y sus contextos y los abordajes pedagógico-didácticos, también una inmersión en los problemas y debates más importantes de la cultura de nuestro tiempo.
En esta dirección, hoy se apela a la interiorización de prácticas reflexivas como esfuerzo de inmersión consciente en el mundo de la experiencia, un mundo cargado de connotaciones, valores, intercambios simbólicos, correspondencias afectivas, lo social incorporado. De esta manera, es posible para cada sujeto, reorganizar sus esquemas de pensamiento y acción a la luz de categorías con mayor poder explicativo y problematizador de la realidad, que le permitan profundizar en las evidencias aparentes de lo cotidiano.
En este sentido, la perspectiva de reflexividad que oriente estas propuestas no puede traducirse en una autojustificación complaciente que termine salvaguardando el statu-quo. Se trata, al decir de Castoriadis, de “reflexividad en sentido fuerte”, que requiere ser adoptada y practicada como una manera de ejercer la crítica, desde un compromiso epistemológico, ético y político. Esto significa aprender y enseñar a  comprender  en cada circunstancia, en cada situación y con diferentes sujetos, las múltiples formas de manifestación de los gestos del oficio que otorgan identidad a estas prácticas. Es decir,  aprender a reflexionar desde una mayor lucidez (expresión a la que aludiera previamente) y, hacerlo, sobre la base del diálogo, del trabajo colaborativo y de apertura a la crítica, en contraposición a una cultura profesional que lleva la marca de una cultura del trabajo sustentada en el aislamiento, “a puerta cerrada”, en la soledad, en definitiva autorreferente.
En los términos planteados y a una escala micro, que remite a los procesos interactivos en el aula y, a partir de las experiencias resultantes de la propia trayectoria profesional, el trabajo de análisis didáctico de clases y situaciones de práctica de la enseñanza, constituiría una vía efectiva de aproximación a que maestros y profesores se sientan por sí mismos, autorizados a asumir un lugar de autoría en escrituras pedagógicas como docentes, sin necesidad de otro estatuto que el que les otorga tal condición. Esto se lograría, sencillamente, a partir de comprender la distancia que media entre las prácticas colocadas como objeto de análisis y aquéllas a las que remiten tal como se presentan en sentido ontológico. Es decir, que la práctica acerca de la cual se discierne es ya diferente al estar mediada por una lógica teórica que la distancia de la lógica de la práctica que le dio origen.
El análisis didáctico concebido como reconstrucción crítica de la experiencia individual y colectiva posibilita, sobre la base de la deconstrucción y reconstrucción de episodios centrales, haciendo foco en sujetos y procesos, elucidar casuísticamente las relaciones entre situaciones, acciones, decisiones y supuestos/racionalidades implicados a fin de interrogarse respecto de lo actuado y los efectos provocados. De este modo, escenarios y escenas se reconfiguran a partir de la acción informada que, sin duda, no se presenta como una contemplación sosegada. No obstante, al ser compartidos y con la posibilidad de procesos de objetivación, facilitan imaginar, construir alternativas.
Es claro que esta labor se logra solo a partir de la posibilidad de “una vuelta libre sobre las clases”, es decir cuando este ejercicio analítico se concreta y sostiene no desde la imposición o el deber ser sino impulsado por el deseo, el placer del re-encuentro con las experiencias suscitadas en los procesos de las prácticas y al sentirse habilitados para re-pensarlas, re-crearlas.
En esta clave de lectura, juega un papel central establecer una relación de interioridad en los vínculos con el conocimiento, autorizarse como productores, autores y/o co-autores, pero fundamentalmente ser capaces -ante estas tareas significadas como nucleares en el quehacer profesional- de dar lugar al entusiasmo y disponerse a disfrutar de ellas. Es claro que esto requiere de ciertas condiciones de posibilidad, no sólo subjetivas sino objetivas.
De este modo resulta un particular convenio entre indagación e intervención. Nueva cultura profesoral que requiere por cierto desocultar los obstáculos enraizados en la propia cultura del trabajo docente. Esto implica inexorablemente restituir a maestros y profesores una posición pública autorizada.
La perspectiva hasta aquí expuesta, conlleva dos apuestas centrales: -hacer de los maestros y profesores estudiosos de sus enseñanzas según ya señalara y, -sobre esta base construir conocimientos situados acerca de la enseñanza reconociendo en ello una de las vías privilegiadas de entrada en dirección a este propósito que, sin duda, necesita articularse a desarrollos teóricos ya formalizados.
Una concepción ampliada de docencia y de profesionalidad en estos términos,  necesariamente remite a configuraciones institucionales de otro tipo en las que tengan cabida nuevas figuras como encarnaduras vitales de tales configuraciones.
Está claro que un giro de esta naturaleza reclama una estructura organizacional, una gramática institucional diferente, abierta, móvil, lo que implica de-construir diseños que imponen temporalidades y espacialidades cerradas, homogeneizantes, sin cabida para las múltiples y diversas expresiones de la subjetividad y los marcos interrelacionales desde las que se constituyen.
En esta clave de análisis, es necesario advertir el importante papel que la cultura institucional tiene, así como el de quienes ocupan lugares de gestión, en cuanto a generar condiciones de posibilidad para la reflexión crítica sobre el trabajo docente y las prácticas de enseñanza como uno de sus cometidos principales.
También la inmensa responsabilidad de formadores. El valor de hacer énfasis en las relaciones forma-contenido en “la enseñanza de la enseñanza”; incorporando, al decir de Litwin “las narrativas meta-analíticas en el arte de enseñar”.
En relación con este conjunto de ideas es que entiendo que el análisis didáctico de las prácticas de la enseñanza constituye una alternativa para dar curso a la reflexión crítica sobre el trabajo docente. Herramienta intelectual sustantiva para un profesorado orientado a la indagación, al estudio de sus enseñanzas que participa en la producción de conocimientos acerca de sus prácticas. Propuesta que, en clave con una visión ampliada de profesionalidad, en la intención de capitalizar su potencial, se concibe no como una estrategia coyuntural sino en una línea de continuidad, como un “modus operandi” interiorizado de manera sistemática en la trayectoria formativa y luego actualizado en el devenir de los procesos cotidianos en la actuación profesional docente.
Vale la pena destacar que un desafío importante queda planteado en esta dirección, y compromete a quienes se suman a esta propuesta. La asociación de estas prácticas a nuevas expresiones, formas solapadas de racionalidad tecnocrática tiende, en determinadas ocasiones, a instrumentalizar las vías de acceso al análisis didáctico, que contradicen las  intencionalidades sustantivas de la misma propuesta (ej. el uso de registros, la identificación de segmentos en las clases). Se requiere, en consecuencia, una posición de vigilancia epistemológica y metodológica; posible a partir de profundizar las imbricadas relaciones entre investigación “en” educación e intervención en las propuestas de formación en el análisis didáctico de las prácticas de la enseñanza (en nuestro caso, aportes de la perspectiva socio antropológica y de la narrativa en investigación educativa).
Para finalizar. La idea de formar un docente como profesional reflexivo genera múltiples desafíos. Convoca necesariamente a sorprenderse, añorar lo imposible y buscar su facilitación ¿Cómo?, apostando siempre a potencialidades aun no visualizadas. Esto significa de una parte una lectura que no cristalice en diagnósticos asociados a prefiguraciones ideales marcadas por un deber ser naturalizado. Requiere la incomodidad de pensar una y otra vez, habitar la pregunta por el futuro asumiendo lo inesperado en procura incluso de lo improbable. Constituirnos en artesanos de mutaciones impredecibles, y siempre junto a otros, en inventores de mundos posibles.


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