martes, 31 de enero de 2017

“USO DE LA PALABRA”

CRÓNICA

El recinto lentamente se va poblando. Tras los amplios ventanales se cuela la luz de neón que en algunos tramos del espacio se confunde con los presentes. Va siendo la hora, murmuran por allí. Un recinto como otros y como otros con sus particularidades. Ajados bancos de madera son el soporte de aquellos cuerpos expectantes por decir. Al arbitrio de sus argumentos, esbozarán aspectos de la realidad que los interpela, desafía y que por momentos los golpea duramente. Personas con un recorrido que habla de tiempos de trabajo y esfuerzo. Que observan que sus tiempos no son los del aquí y ahora. Que caminan intranquilos por su ciudad que los reconoce pero no los abriga del modo que ellos necesitan. Personas con un deber cumplido fruto de una palabra empeñada. Pero no empeñada por mero vicio costumbrista. Empeñada en el trajín del día a día. Con el lazo armado. La firmeza justa, propia de los que saben hasta donde se puede apretar. Ellos, están aquí, al reparo de las banderas que descoloridas adornan el recinto de sesiones. Voces de ayer y de hoy han impregnado estas paredes. Los cristales quizás hayan proyectado algún reflejo de los anteojos que deambulan desde el escritorio hasta la distancia necesaria para poder leer con claridad lo que las palabras luego ratificarán o intentarán silenciar.
Sus murmullos se suceden como los minutos que transcurren con la impaciencia de aquellos que dudan en su decir. Que callan para escuchar. Que piensan que camino tomar. Que se ocultan entre las sombras cómplices que permanecen desde hace tiempo impregnando de fríos y distantes  espacios al compromiso. Ausentes a la tolerancia. Faltos de la más mínima energía como para expeler algún que otro aliento que los delate.
Todos permanecen juntos compartiendo el mismo lugar pero no la misma palabra. Ellos, los que se anuncian y piden la palabra, traen consigo la cadencia adquirida tras una vida nutrida de experiencias. Una vida de espaldas a la ignominia y bien de frente a la acción responsable. Con sus actitudes no sólo sembraron plantas y cosecharon buenos frutos. Sus actitudes en el transcurso de sus existencias tejieron la trama de su historia de vida. Allí, más que fotos, el documento inalterable e inobjetable fue, es y será su palabra. La que han preservado con su esfuerzo, pasión y templanza. Se muestran incapaces de guardar el secreto de su éxito en esta vida tan sólo porque son seres transparentes. Poseedores de un trato cordial, fresco y permanente. Cómo ocultar secretos en la transparencia de sus cuerpos, es algo imposible de intentar. Así aguardan sentados. Mediante sus transparencias se deja ver un clavo retorcido en el listón que cruza de punta a punta la longitud del banco. Despintado y corroído evidencia junto con algunas pequeñas astillas que los bancos ya han cumplido con su tiempo de utilidad y que bien podrían ser pasados a retiro.
Permanecer al amparo de otros pares, todos en su afán por “decir” sustenta un hecho poco común para estos lares. Usar la palabra con la responsabilidad que representa es todo un acto de grandeza que se potencia con los argumentos de “ellos” que sostienen con sus inquietudes, denuncias y planteos el espacio del que se han apropiado. Apropiado por el gesto de quienes ven en la participación una herramienta de sustento del acontecer institucional. Ellos, las instituciones y quienes las conforman son parte sustancial de un momento en el cual podrán forjar o “no” un devenir inclusivo de las pasiones cotidianas. De los argumentos constructivos. De acciones que reflejen en los cuerpos de “ellos” las personas que circulan por la ciudad llevando su presencia, sino también, portando en sus actitudes posturas de otros tiempos, caminando en estos tiempos, portavoces de antiguas costumbres que en el hoy podrían hacer su aporte.
Ellos poseedores de un discurso con derecho de autor, en su afán por contar los que les pasa, pierden la noción del paso del tiempo, no del que marcan las agujas del reloj. El tiempo que se evidencia en la presión de sus manos, en la fragilidad de sus miradas y en el noble intento de bajar las escaleras por ellos mismos. Se sostienen en algún respaldo oportuno. Los apremian los  hechos que ven y no se tratan. Ellos, observadores de su entorno, hacen “uso de la palabra” con la soltura de los vientos que depositan en sus cuerpos un soplo de aire que les aclara el pensamiento tornando sus relatos en momentos vivos protagonizados por las imágenes que captan. Interpretando con sus palabras que actuar es relevante pero más relevante es sostener la palabra y la mirada en sus acciones. Ellos lo hacen, así se intuye, sus gestos naturales como la luz que los ilumina, lo dan a entender. Sus interlocutores, los que deberían legislar para el bien común, los observan, alguno toma nota de sus comentarios, otros les dan la razón y otros inmersos en un silencio delator, tan sólo miran sin poder verlos en realidad. 






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