CRÓNICA
El recinto lentamente se va poblando. Tras los amplios
ventanales se cuela la luz de neón que en algunos tramos del espacio se
confunde con los presentes. Va siendo la hora, murmuran por allí. Un recinto
como otros y como otros con sus particularidades. Ajados bancos de madera son
el soporte de aquellos cuerpos expectantes por decir. Al arbitrio de sus
argumentos, esbozarán aspectos de la realidad que los interpela, desafía y que
por momentos los golpea duramente. Personas con un recorrido que habla de
tiempos de trabajo y esfuerzo. Que observan que sus tiempos no son los del aquí
y ahora. Que caminan intranquilos por su ciudad que los reconoce pero no los
abriga del modo que ellos necesitan. Personas con un deber cumplido fruto de
una palabra empeñada. Pero no empeñada por mero vicio costumbrista. Empeñada en
el trajín del día a día. Con el lazo armado. La firmeza justa, propia de los
que saben hasta donde se puede apretar. Ellos, están aquí, al reparo de las
banderas que descoloridas adornan el recinto de sesiones. Voces de ayer y de
hoy han impregnado estas paredes. Los cristales quizás hayan proyectado algún
reflejo de los anteojos que deambulan desde el escritorio hasta la distancia
necesaria para poder leer con claridad lo que las palabras luego ratificarán o
intentarán silenciar.
Sus murmullos se suceden como los minutos que
transcurren con la impaciencia de aquellos que dudan en su decir. Que callan
para escuchar. Que piensan que camino tomar. Que se ocultan entre las sombras
cómplices que permanecen desde hace tiempo impregnando de fríos y distantes espacios al compromiso. Ausentes a la
tolerancia. Faltos de la más mínima energía como para expeler algún que otro
aliento que los delate.
Todos permanecen juntos compartiendo el mismo lugar
pero no la misma palabra. Ellos, los que se anuncian y piden la palabra, traen
consigo la cadencia adquirida tras una vida nutrida de experiencias. Una vida
de espaldas a la ignominia y bien de frente a la acción responsable. Con sus
actitudes no sólo sembraron plantas y cosecharon buenos frutos. Sus actitudes
en el transcurso de sus existencias tejieron la trama de su historia de vida.
Allí, más que fotos, el documento inalterable e inobjetable fue, es y será su
palabra. La que han preservado con su esfuerzo, pasión y templanza. Se muestran
incapaces de guardar el secreto de su éxito en esta vida tan sólo porque son
seres transparentes. Poseedores de un trato cordial, fresco y permanente. Cómo
ocultar secretos en la transparencia de sus cuerpos, es algo imposible de
intentar. Así aguardan sentados. Mediante sus transparencias se deja ver un
clavo retorcido en el listón que cruza de punta a punta la longitud del banco. Despintado
y corroído evidencia junto con algunas pequeñas astillas que los bancos ya han
cumplido con su tiempo de utilidad y que bien podrían ser pasados a retiro.
Permanecer al amparo de otros pares, todos en su afán
por “decir” sustenta un hecho poco común para estos lares. Usar la palabra con
la responsabilidad que representa es todo un acto de grandeza que se potencia
con los argumentos de “ellos” que sostienen con sus inquietudes, denuncias y
planteos el espacio del que se han apropiado. Apropiado por el gesto de quienes
ven en la participación una herramienta de sustento del acontecer
institucional. Ellos, las instituciones y quienes las conforman son parte
sustancial de un momento en el cual podrán forjar o “no” un devenir inclusivo
de las pasiones cotidianas. De los argumentos constructivos. De acciones que reflejen
en los cuerpos de “ellos” las personas que circulan por la ciudad llevando su presencia,
sino también, portando en sus actitudes posturas de otros tiempos, caminando en
estos tiempos, portavoces de antiguas costumbres que en el hoy podrían hacer su
aporte.