El clásico de las plazas en Baigorria se juega a la
vista de quién lo quiere ver. A cualquier hora del día y con entrada libre y
gratuita. Jóvenes entregados al consumo de estupefacientes que los alejan de la
realidad propia. De las cosas importantes que sustentan la vida.
Intuyo
que, estar junto a otras personas compartiendo este tipo de encuentro lejos de
ser saludable, marca profundamente, la actualidad de estos pibes que siguen
consumiendo pero que no continúan viviendo.
Verlos
en este contexto duele porque el tiempo en apariencia para ellos no corre, y
sí, lo hace. En la distancia, en el momento de tomar consciencia verán que no
son los mismos. Encontrarán huellas de lugares que les resultarán extraños
“ahora”, pero que antiguamente, endiosaban.
Genera
tanto espanto verlos montados sobre sus motos. Surcando las calles de la ciudad
alocadamente. En la brutal compañía de sus estridentes caños de escape que el
único escape aparente, es el de la realidad, de la cual, dejaron de formar parte
desde hace tiempo.
Observando
esta triste situación que se sucede sistemáticamente cada día en diferentes
sectores de Baigorria. Bajo el sol de las mañanas u ocultos en las sombras que
el mismo sol refleja sobre los árboles de las distintas plazas de la ciudad. A
cuyo amparo y al sólo efecto de fumar y reír en ausente compañía, los veo,
pienso sobre ellos, y me interpelo como miembro de esta comunidad que los ve. Que
seguramente sepa algunos de sus nombres. Que quizás se haya acostumbrado a su presencia
convirtiéndose insalubremente en una penosa postal cuyo tratamiento, a simple
vista pareciera insuficiente, multiplicando no sólo el consumo, estigma de un
desarraigo emocional de los jóvenes, sino que transparenta la real incumbencia
de ausentes acciones concretas que tiendan a la contención como primera medida
y al abordaje integral como macro medida sanitaria.
Este es el dilema que
debemos enfrentar como comunidad. No alcanza promocionar el tendido de fibra
óptica en un sector de Baigorria si el tendido real, el que sustenta la salud
de tantos pibes diseminados por la ciudad
está claramente tendido y socavado por el efecto incontrastable de las
drogas.
Ellos no lo saben porque han desarrollado su vida y sus vínculos bajo
el oscuro influjo de “ellas”. Pero, y nosotros, que a diario notamos y
padecemos sus gritos, sus ruidos, su violencia, sus llamados y su angustia ¿Qué
hacemos concretamente?
Tan solo nos quejamos de sus ruidos y comportamientos. Y
la responsabilidad social que a todos nos compete ¿Qué? Y sus necesidades y
postergaciones ¿Qué? Y la terrible hipoteca que significa el ser personas que
no se desarrollan, que no se capacitan, que indebidamente se relacionan ¿Qué?
Granadero Baigorria ha cambiado. Me pregunto, si este cambio, contiene
los aspectos emocionales, culturales, sociales y familiares de quienes decimos
ser sus habitantes.