jueves, 5 de enero de 2017

COLUMNA ¿Quién fuma más?


El clásico de las plazas en Baigorria se juega a la vista de quién lo quiere ver. A cualquier hora del día y con entrada libre y gratuita. Jóvenes entregados al consumo de estupefacientes que los alejan de la realidad propia. De las cosas importantes que sustentan la vida. 

Intuyo que, estar junto a otras personas compartiendo este tipo de encuentro lejos de ser saludable, marca profundamente, la actualidad de estos pibes que siguen consumiendo pero que no continúan viviendo. 
                                                                
Verlos en este contexto duele porque el tiempo en apariencia para ellos no corre, y sí, lo hace. En la distancia, en el momento de tomar consciencia verán que no son los mismos. Encontrarán huellas de lugares que les resultarán extraños “ahora”, pero que antiguamente, endiosaban. 
                    
Genera tanto espanto verlos montados sobre sus motos. Surcando las calles de la ciudad alocadamente. En la brutal compañía de sus estridentes caños de escape que el único escape aparente, es el de la realidad, de la cual, dejaron de formar parte desde hace tiempo. 

Observando esta triste situación que se sucede sistemáticamente cada día en diferentes sectores de Baigorria. Bajo el sol de las mañanas u ocultos en las sombras que el mismo sol refleja sobre los árboles de las distintas plazas de la ciudad. A cuyo amparo y al sólo efecto de fumar y reír en ausente compañía, los veo, pienso sobre ellos, y me interpelo como miembro de esta comunidad que los ve. Que seguramente sepa algunos de sus nombres. Que quizás se haya acostumbrado a su presencia convirtiéndose insalubremente en una penosa postal cuyo tratamiento, a simple vista pareciera insuficiente, multiplicando no sólo el consumo, estigma de un desarraigo emocional de los jóvenes, sino que transparenta la real incumbencia de ausentes acciones concretas que tiendan a la contención como primera medida y al abordaje integral como macro medida sanitaria. 

Este es el dilema que debemos enfrentar como comunidad. No alcanza promocionar el tendido de fibra óptica en un sector de Baigorria si el tendido real, el que sustenta la salud de tantos pibes diseminados por la ciudad  está claramente tendido y socavado por el efecto incontrastable de las drogas. 

Ellos no lo saben porque han desarrollado su vida y sus vínculos bajo el oscuro influjo de “ellas”. Pero, y nosotros, que a diario notamos y padecemos sus gritos, sus ruidos, su violencia, sus llamados y su angustia ¿Qué hacemos concretamente? 

Tan solo nos quejamos de sus ruidos y comportamientos. Y la responsabilidad social que a todos nos compete ¿Qué? Y sus necesidades y postergaciones ¿Qué? Y la terrible hipoteca que significa el ser personas que no se desarrollan, que no se capacitan, que indebidamente se relacionan ¿Qué?                                                            

Granadero Baigorria ha cambiado. Me pregunto, si este cambio, contiene los aspectos emocionales, culturales, sociales y familiares de quienes decimos ser sus habitantes. 

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