No te alejes susurro. Ven acércate que quiero confesarte su
nombre al menos. Necesito que me contengas ante esta enorme incertidumbre que
me rodea. Permanece conmigo susurro como un fiel amigo. Compórtate como tal.
¿Lo harás?
Es en estos momentos susurro, cuando más la recuerdo. Sabes, fue en
invierno cuando su presencia calentó mi pecho con tanta intensidad que mi pecho
susurro, sucumbió ante tanto poder. La vi llegar susurro. La vi alejarse. La
veo aquí ahora, susurro, y es como si el tiempo se burlase de mí. Su pelo largo
y lacio envolvía todo el cuello perfumado de juventud, embriagado de pasión,
ávido de encuentro y entrega. No le vi sus manos, no pude. Me impacto su mirada
como un tempano de dimensiones desconocidas. Como ella susurro, a quien hoy
desconozco pero que es la imagen que me acompaña permanentemente. Como un
recuerdo imborrable que se preserva aún más allá del origen del momento. Recuerdo
como esa tarde susurro, sacudía el viento mi abrigo al igual que ella sacudió
con la vehemencia de su rosada piel, mi dócil sumisión ante su figura.
Pensar
en cosas bellas es pensar sesgadamente de lo que la belleza es en esencia.
Yo,
susurro, me jactaba de haber visto la belleza en primera persona, pero querido
amigo, al instante de notar su presencia. Al sentir como alguien se te mete por
el cuerpo, embriaga tus instintos y los condena a la sumisión de su encanto.
Como puede alguien ser despiadadamente hermoso y causar tanto escozor que se
replica forzándote a permanecer allí sin más remedio. Aguantando su perfume.
Persistiendo aún a costa de no entender que está pasando, que es esto nuevo que
estoy sintiendo, quién es ella, quién eres, quién sigues siendo, sin siquiera
saber su nombre. Ahí, note que
poco se de la belleza y de sus dimensiones.
Susurro, eh amigo, te has dormido, como
cada vez que te cuento mis historias.
Es mágico poder imaginar
la belleza entallada con forma de mujer. La mujer es un ser mágico mí amigo. Te
encanta y vulnera todas tus defensas. Somos guardianes de nuestros sentimientos
porque tememos que nos los roben. Somos altruistas en la incipiente campaña que
pregonamos a los cuatro vientos la cual se cae y se derrite ante el encanto del
blanco movimiento de sus manos. Somos criaturas que arrastramos nuestros
pesares sin darnos cuenta de la real carga que representan. Insistimos en
mantener vivos ciertos recuerdos, en lugar de dejarlos descansar en el contexto
de su nacimiento. Somos apasionados cuando miramos denodadamente aquello que
amamos. El amor no nos fatiga. Cuando lo
sentimos parte de nosotros y se nos presenta con suaves gestos y una mirada que
representa el universo de pasiones, allí, percibimos su abrigo y su
continencia. Descubrimos que en la vida existen y existirán lugares, cosas y
personas que debemos preservarlas en sus momentos históricos. En la trama
perenne de nuestros impulsos somos amantes incesantes que nos contentamos ante
el arribo de una nueva esperanza que nos amarre al frugal momento de una
caricia. Ese, susurro, será el presente y futuro en el que navegaremos sin
timón pero con rumbo cierto.