Eterno resplandor de cada día, primer
suspiro de la mañana, que se recuesta sobre la tibia alma de tu mirada, soslayando
los aromas del entorno que te acompañan. Ordenando los espacios, registrabas
los momentos que se sucedían con el impulso fecundo de tus laboriosas manos.
Tu
atuendo blanco, impecable como el largo cabello que te circunda,combinado con los anuncios de la primavera, se paseaban. Creí, por momentos, que nos mirábamos. Luego comprendí, en efecto, que lo hacíamos. Desde
la intimidad de nuestros corazones lo hacíamos. Sopesados por el calor de la
palabra que no dijimos, lo hacíamos. Entonces, solo entonces, procedí como los
hombres que se arrodillan ante lo sublime, y que sienten, en ese vivo intento,
como el resplandor de una mirada, abarca la totalidad de una vida.